"Y el pueblo estaba mirando; y aún los gobernantes se burlaban de Él diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios". Lc 23:35
Es tiempo de decir verdades. Verdades aunque pretenden ser desafío y despiadada burla.
"A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar".
A otros salvó...
La memoria colectiva no resiste la evidencia.
Quien muere en la cruz salvó a otros... a muchos otros.
Salvó a un hombre enfermo que "vivía" entre tumbas, poseído por el infierno.
Salvó a un leproso marginado a quien tocó, sanó y reintrodujo en su comunidad y familia.
Salvó a una niña que dormía el sueño de la muerte y salvó la fe y la alegría de Jairo.
Salvó a la Magdalena de una vida desordenada, pecaminosa, gris yvacía.
Salvó a sus angustiados discípulos, que presagiaban naufragio y muerte en aguas de tempestad.
Salvó al ciego de su oscuridad perpetua, a la samaritana de su sed insatisfecha, al hombre de la mano seca...
Salvó al paralítico de su postración y pena, a la viuda en llando a quien devolvió el hijo muerto en Naín. Salvó nueve hombres ingratos y uno que volvió para testimoniar su asombro.
Salvó al siervo del oficial romano, al hijo desahuciado de "un hombre de la multitud"...
Salvó a María y Marta del desamparo.
Salvó a Lázaro de la piedra y la muerte.
Salvó a la multitud del hambre y la nostalgia, repartiendo pan y mensaje.
A otros salvó...
Era cierto. Ni sus enemigos podían negarlo. No podían sus detractores, los "burladores del Gólgota".
A otros salvó...
A otros salvó. Y dos mil años de historia son testimonio multitudinario de hombres y mujeres a quienes Cristo salvó del hastío, el pecado y el frío, y les dió vida, esperanza, nuevas fuerzas, cántico y mensaje.
¡¡¡Y... maravilla de maravillas, también me salvó a mí!!!
Me salvó para el tiempo.
Me salvó para la eternidad.
El sabía -sabe- que no hay mérito en mí.
Que soy hombre.
Que tengo fallas, limitaciones, necesidades, esperanzas...
Y me salvó.
"A otros salvó".
"A sí mismo no se puede salvar".
Y era verdad.
A sí mismo no se podía salvar.
No podía... si quería salvarme a mí.
Salvarte a tí.
Era "necesario" -diría más tarde- "... que el Cristo padeciera".
Necesario.
Había cuentas pendientes con la justicia de Dios.
Alguien debía pagarlas.
Pagarlas por nosotros.
"Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino, más el Señor cargó sobre Él el pecado de todos nosotros... y por su llaga fuimos nosotros curados".
"Al que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él".
"El justo por nosotros, los injustos, para llevarnos a Dios".
Nosotros.
Jesús no bajó de la cruz, no podía salvarse porque se lo impedía su amor por nosotros.
"Nosotros, que en un tiempo vagábamos errantes, sin Dios y sin esperanza en el mundo".
Jesucristo murió por nosotros.
Por nosotros.
Por todos nosotros.
Por eso no podía salvarse.
Tenía muchos que salvar.
A "otros" que salvar.
En el cáliz de su pasión redentora y amor sin límite, entre los "otros" estábamos tú y yo.
Nosotros.
Por eso el Cristianismo canta: "Fue su amor por mí que le condujo allí, para morir así en mi lugar. Oh sí, Él puede salvar y así su gracia mostrar, su amor no puede fallar... y me ama a mí...".
A otros salvó.
Por amor y al precio de la cruz... me salvó a mí.
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